Lo que quiero compartir ahora con todos Uds., es respecto a cómo nos está sacudiendo La Vida en procura de que aprendamos algo sumamente importante: “que lo que afecta a una persona o a un grupo, termina afectando en definitiva a toda la humanidad”. Esto no nos resulta fácil de entender, pero quizás con lo que en la Patagonia Argentina, en la zona turística de los lagos y bellezas increíbles, donde yo estoy viviendo, está ocurriendo con un incendio de bosques milenarios.

Estas vivencias, las de esta nueva semana, que es la siguiente a la que llamé Vivencias de esta semana, me hace pensar que no soy la única que busca desesperadamente como escapar, pero, ¿a dónde escapar si los incendios rápidamente abarcan más y más superficie…? En realidad, como, en busca de tranquilidad, yo no escucho noticias, (siempre informando todo lo malo, lo negativo, nada bueno, nada instructivo), no estaba enterada de nada, cuando entra mi empleado, me toma de un brazo y me dice: ¡Vamos doña Diana!

Vi su susto, estamos sólo los dos en la chacra, y él  se siente responsable de lo que a mí pueda pasarme. Yo lo quiero como si fuera mi hijo, y él me cuida como si yo fuera su madre…  Le pregunté: ¿a dónde me llevas?, ¿Qué pasa Andrés? – Hay un incendio acá cerquita ¡Vamos! Llevo la campera…? Si y la computadora… y el teléfono… Vamos a lo de Dori…, o dónde Ud. me diga… tenemos que salir de acá. Y tomamos un largo camino, de tierra, lleno de curvas, para llegar al pueblo, pues el otro ya estaba cortado.

Íbamos los dos en profundo silencio, el camino, de tierra, estresaba  aún más, curvas tan cerradas y seguidas, con  bosque de ambos lados, muy mala visibilidad, y tráfico en las dos direcciones. Todos andábamos apurados, Andrés, quería dejarme segura en el pueblo, y volver enseguida para defender la chacra donde estaba encerrada toda una vida, no solamente mía, con mi marido, y mis hijos, sino también suya, una vida de unos 30 años juntos… y él no estaría solo se uniría a los vecinos ya organizados para estas emergencias. 

Ya casi  al llegar me di cuenta que no había avisado a mi amiga, a quien aquí llamo Dori,  que iba, auto evacuada, a cobijarme en su casa. Le mandé un mensaje, y llegamos. No había nadie. Le dije a Andrés: “yo me quedo acá, en el patio, ya irá a llegar”. Él bajó mi mochila y bolsito, y se fue. Yo me acomodé a la sombra de un enorme sauce, me senté en una sillita de jardín y apoyé mis cosas en otra. Dori avisó que volvería lo antes posible, y tuve casi una hora para darme cuenta de lo que sería quedarme sin nada.

Allí estaba “La Volada”, donde yo pasaba todos mis veranos, el “Galpón”, donde mi marido y Andrés trabajaban, con costosas herramientas, y “La Casa de Todos”, donde durante unos veinte años, el conocimiento interno era el tema de todos los cursos. Eso fue espiritualizando toda la energía del lugar… A tal punto que gente que no está en este rubro, me preguntan sobre lo que acá sienten… Y está también la casita de Andrés, la quinta, el invernáculo y los frutales, que durante tanto tiempo me permitieron alimentarme sano.

Como nos enteramos que por ahora, el río, más esa gran solidaridad entre los vecinos, más el trabajo de dos brigadas de bomberos voluntarios, y los aviones hidrantes que no pudiendo tomar agua del río, lo toman de un gran tanque australiano, (alimentado desde los depósitos de agua de vecinos), más la ayuda económica y de todo tipo que la gente da y da, se pudo detener el avance del fuego. Todos estamos más tranquilos esperando que desde lo Alto nos manden una gran lluvia que pueda apagar un incendio de bosque.