En mi computadora aparecieron varios avisos de que me estoy quedando sin lugar, que borre archivos. Pero antes de borrar tengo que revisar, qué borro y qué no. Revisando me encontré con varias cosas interesantes: “El humor, la comedia y la risa, son ayudas para la curación. La seriedad crea tensión y estrés, es dañina para la salud. Aprende a reírte de ti mismo, cultiva tu espíritu juguetón uniéndote a gente que te haga reír y puedas mostrarte así como eres. Piensa y recuerda las cosas divertidas de tu vida, aprende a jugar de los niños, esas son ayudas para tu sanación”.
Estaba terminando el párrafo anterior cuando suena mi teléfono. Era mi hijo invitándome a que nos encontremos en “la plazoleta del tractor”, que él estaría llegando a las cinco de la tarde. Sentí gran alegría, pues hacía tiempo que no nos veíamos para charlar un rato. La sonrisa quedó fijada en mi rostro, y me apuré pues demoro bastante en abrigarme y estaba haciendo mucho frío. Salí lo antes que pude, vi que la rampa estaba helada así que decidí ir por la nieve que se mantenía sobre la parte de césped. Apoyada en mis dos largos bastones no tuve ningún problema.
La parte del camino por donde van los coches permitía andar y toda la gente caminaba por allí. Era como si todos fuéramos viejos conocidos, nos saludábamos sonrientes. Así llegué al lugar de la cita, me senté en el banco de siempre, pues allí había sol, miré la hora y eran recién las cuatro y media de la tarde. Estuve un rato, me noté intranquila, algo tendría que hacer en esa casi media hora que tendría que esperar. Decidí ver en el mini-mercado, al que nunca había entrado, que cosas tenían. No encontré casi nada de lo que yo uso.
Salí y seguí caminando un poco por donde había sol, pues a esa hora ya nuestro astro rey está en rápida declinación. Terminé apoyando mi espalda en un alto tapial de madera, pues eso me ayuda al descanso y a la posición de mi columna. Allí llegó mi hijo y yo lo invité a que nos fuéramos para casa, pues yo estaba cansada y sentía un poco de frío. El caminaba a mi lado, con su bicicleta en la mano y sin problemas llegamos. Comimos algo y charlamos cómodos y a gusto. Y aquí llego a lo más importante de todo este detallado cuento, pues lo que él me contó nos hizo reír tanto, tanto, como hace mucho tiempo no me ocurría, y comprendí la veracidad de lo que puse al empezar con este escrito.
Me contó que hacía solo dos días, su señora lo llamó para avisarle que al salir a la ruta, vio que en el portón de entrada al jardín había una tremenda rata muerta, que por favor la saque. Y que como él estaba justo charlando con su hermana, fueron juntos a hacer esa difícil diligencia. Él cargó una pala y un palo y sus narices iban fruncidas… Al llegar vieron algo que realmente parecía una gran rata pisada por un coche, con sus cuatro patas hacia arriba, y un largo charco de sangre. Pero era un palo con sus ramitas que simulaban ser patas y el arrastre de la goma de un coche que parecía sangre… Entonces él y mi hija no pudieron parar de reír y también nos pasó a nosotros dos, y al contarlo ahora acá me sigo riendo.
Veo varias sincronías en todo este relato: estaba escribiendo el primer párrafo cuando llamó mi hijo. Por la gran alegría que sentí, ni miré el reloj y me fui demasiado temprano a nuestra cita, y eso también fue sincrónico. Cuando él llego, yo ya estaba cansada y con frío y por eso nos fuimos a mi casa y allí se dio la charla y la risa que se dio, y eso para mí es la tercer hecho sincrónico. Creo que mucho más de un año debe haber pasado sin que yo riera tan abiertamente.
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