(Reflexiones sobre la educación)
Como padres nuestra misión es educar a los hijos, prepararlos para la vida, proceso largo y complejo. Tenemos que confiar en ese proceso y confiar en la vida, ya que a todos se nos envían las situaciones necesarias para nuestra evolución. Nuestros hijos tendrán que pasar por momentos de frustración, para aprender a superarlos. Y para que ellos confíen en nosotros, que nos pregunten cuando dudan, tenemos que haber ya creado una relación amorosa, que no sería decirles: “esto es así porque yo, tu padre, te lo digo”. Quieren explicaciones, un acompañamiento.
La educación busca armonizar la cabeza con el corazón: la cabeza necesita conocimiento y criterio, (para qué sí, y para qué no, puede servir esto), analiza y piensa, mientras el corazón siente: amor, aprecio, da apoyo, busca compartir esos sentimientos, y aprendizajes, “cabeza y corazón funcionan juntos”. Es fundamental que todos podamos sentir y hacer sentir a los demás que su presencia es valiosa, que somos necesarios, que nuestra existencia tiene un importante significado para este Planeta, que la Madre Tierra nos necesita, y que solo así cambiaremos esta sociedad.
Es normal que todas las personas tengamos momentos de desilusión, de tristeza, o de alegría, y como padres no debemos ocultar, a los hijos, todo ese movimiento emocional. A veces queremos mostrarnos “perfectos”, siendo que todos somos perfectamente humanos, así tal como somos. No tenemos que tener vergüenza, nuestros hijos pueden vernos llorar, cuando la emoción nos provoca llorar. Y si tengo miedo, puedo decirles: – “Lo que me pasa, es que tengo miedo, no sé cómo enfrentar este gran problema económico, (o lo que sea), pero ya encontraré la solución”.
Es importante que los hijos vean que no me quedo en el miedo, que no me desespero, que de los problemas siempre se sale, pues se encuentra, una o varias salidas. Otro problema bastante común es que hay padres que tienen tal deseo de que su hijo siga el camino que él hizo, o que no pudo hacer, que no analizan, que no ven, el profundo anhelo de ese hijo. Nuestra mirada es clave, ya que podemos desarrollar una mirada profunda, que no enjuicia, investiga, y mirarlo además, como lo hace un maestro, que con cariño, además de enseñar, lo acompaña en sus descubrimientos.
En nuestra generación se cree que los conceptos, lo que sabemos, es lo que nos trasforma, pero lo que nos cambia es la experiencia. No podremos experimentar mientras no nos involucremos, y para eso tenemos que entrar en el mundo de los sentimientos, emociones, y sensaciones. Tenemos que estar en el instante presente, ser conscientes a la vez de nosotros mismos y del otro. Necesitamos entrenar nuestra atención para poder captar a quien estamos acompañando, puede ser nuestro hijo, u otro, haciéndole preguntas precisas que lo lleven a descubrir sus profundos anhelos.
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