Pocas personas se han preocupado por descubrir cuál es su propósito, (para qué han nacido en esta vida), que no habrá de ser solo para expresar sus dones, sino principalmente para brindar, con esa habilidad, lo que este mundo actual está necesitando. Y eso a mí me parece que es: felicidad, Amor, compasión, tender una mano al que pasa a tu lado para que no caiga. También podemos actuar de despertadores, para que quien tengas al lado descubra su verdadero potencial, salga de su sueño, y realice su Misión.

Siento que mi misión en esta vida es “enseñar”,  y desde chica ya jugaba a ser la maestra… Para poder enseñar antes debía aprender de todo, lo más que pudiera. Y después lo fui practicando ¡de tantas formas!… Como maestra, madre, arquitecta, y en este momento lo hago al escribir acá, pues si bien voy perdiendo habilidades, siento que aún puedo volcar para otros, todo mi aprendizaje. El poder expresar así mi Misión, en esta vida, me produce mucha alegría, que se va expresando como “salud emocional” o felicidad.

Además de procesar las emociones el encargado de decidir cómo reaccionaremos a ellas, es nuestro sistema nervioso. Pero hay veces que las emociones (de miedo o de alegría) son tan fuertes que sobrecargan el sistema pudiendo llegar a poner en riesgo la propia vida. Nosotros tendemos a rechazar nuestras sombras, a proyectarlas sobre otros, pero bien podríamos abrirnos a un mundo de compasión, amor, y comprensión hacia los demás. “Lo que se resiste persiste, lo que se abraza se transforma”, (C. Yung.)

¿Cómo funciona nuestro sistema nervioso? Dentro del cerebro hay una región que controla el instinto del miedo. Tiene dos centímetros de largo y forma de almendra, es la “amígdala”, emite una alarma y una cadena de eventos se desatan. Muchas hormonas viajan por el cuerpo, las pupilas se dilatan para que entre más luz, el corazón empieza a latir más rápido, y esa sangre que está nutriendo a órganos esenciales se dirige hacia los músculos de las extremidades que pueden patear, o correr, para salir de la emergencia. 

Estábamos viajando hace muchos años, con mi marido, por el altiplano peruano, un camino muy escarpado, cuando nos apareció un loco, con una gran piedra en una mano y se nos puso delante del coche. Fue tal el susto, no había alternativa, o caíamos al precipicio, o matábamos al hombre… Se nos puso la piel de gallina, se nos pararon los pelos, sentimos mariposas en el estómago, (dado que el flujo de sangre había disminuido drásticamente). También por eso sentimos escalofríos, pues con menos sangre, hay poco calor.

Ahhh, ¿ahora quieren saber qué pasó? Me sonrío, al escribir, no estoy sola y aislada, estoy con Uds. quienes me leen. Mi marido, que conducía, se abrió apenas, lo que el angosto camino permitía, y el loco saltó para su lado. Después comentando el suceso, nos dijeron que sí, era un loco que siempre aparecía en la misma curva, la gente frenaba y él les pedía dinero. El gran susto recibido esa vez, me hizo entender la rapidísima respuesta de nuestro sistema nervioso a lo largo de todo el cuerpo, en unos segundos…