Estoy en la casita de la chacra, en El Bolsón, adaptándome a lo que acá tengo y a lo que acá me falta. Hay una tranquilidad insuperable: sólo el sonido del viento, o el del río, (que está 100 m. más abajo), o el canto de los pájaros, y muy pocas voces humanas: la de mis ayudantes, o de algún amigo que me venga a visitar.

Valoro y agradezco al Cielo, las dos ayudas que tengo: el casero que se ocupa de los arreglos necesarios, de la leña, y  de la huerta y del jardín, y una señora que me ayuda en los quehaceres domésticos.

Para mí la tarde comienza, más o menos a las 15 Hs. cuando me despierto de mi siesta, y lo primero que hago es tratar de escuchar el clima que tendremos. Escucho viento, y al ratito, es notorio el golpeteo de gruesas y espaciadas gotas de lluvia, ¡el clima está tan cambiante!

Rápidamente me levanto, y desde el ventanal del living veo las marcas, sobre el piso de madera de la terraza, de las dispersas gotas que están cayendo… No puedo dejar de sonreír, el cielo, tal como los humanos, está dudando, y probando, que es lo que corresponde hacer. Llueve así unos cinco minutos, y para. El viento continua fuerte agitando las copas de los árboles.

Decido quedarme adentro, escribiendo un rato.Tengo varias propuestas para mejorar mi postura, mi salud, mi mente, y también todo mi mundo interno. No puedo aburrirme. Quiero visitar a mi gran amigo: el “Coihue grande”, que está cerca de mi casa, y meditar allí con él. Pero debo esperar que amaine el viento, y que no haya sol; en esto es mi salud la que manda.

Este año introduje una innovación en la meditación de la tarde, que la hago con mi gran amigo. Intento que él me ayude a conectar mis pies con la tierra, y que por mi columna, esa energía llegue al plexo solar. Para eso debo poner mi palma derecha sobre la corteza del árbol, y la izquierda sobre mi plexo, pues eso conectaría lo emocional con lo mental, y uno puede sanar así: depresiones, angustias e inseguridades. Lo estoy practicando.

Esta tarde se dan las condiciones para hacer esto, como a las 19 Hs. Con campera y guantes espero estar bien. Creo no necesitar el gorro. Allí en el coihue tengo puesto un tronco de asiento y dos almohadones, uno para sentarme y el otro para la pelvis. La mano derecha, sin el guante, va justo sobre las últimas lumbares y siente la aspereza de la corteza. La izquierda, con el guante, está sobre el plexo, ambas manos también en conexión. Le pido a mi amigo permiso para usar su sanadora energía.

Mis meditaciones consisten en estar lo más consciente posible del momento presente, en poder escuchar el sonido del silencio, y esto allí afuera, así en conexión con la naturaleza es algo increíble, indescriptible… Se levanta un airecito, estornudo, (una, dos, tres veces), debería haberme puesto el gorro, mi conexión se rompe, otros pensamientos invaden. Así por momentos estoy consciente, me pierdo, y vuelvo a mí varias veces… Cuando cumplo con los quince minutos, agradezco al coihue su firmeza y apoyo, y mañana intentaré de nuevo.

Ya llevo seis días practicándolo, y recién ahora me parece notar pequeños cambios en mi energía y seguridad.