¿Podré sintetizar aquí, en tiempo presente, tantas cosas vistas, pensadas y comprendidas en algo menos de dos horas de viaje? Estoy en casa preparando mis cosas para la partida, llama el teléfono… respondo, entra un mail, lo contesto… pues en la chacra tengo el privilegio de vivir sin internet. Estamos en un sistema con tantas distracciones externas, que no nos queda tiempo para la observación interna…
Mi mente abstracta interviene diciéndome: – “Puedes aprovechar el viaje para observarte y conocerte un poco más”. Es automático en mí, miro el reloj, son las 12 hs. cuando estoy subiendo al coche, – “Se voló la mañana”, – me digo, y la voz interna acota: – “tendrás una ruta más despejada y tranquila, pues viajarás en el horario en que la gente almuerza…” Sonrío, soy feliz por disponer de dos horas exclusivamente para mí, y por los aportes de una mente positiva.
La ruta está vacía, tranquila, no diviso ningún coche, ni atrás, ni adelante, y por la otra mano solo cruza algún que otro vehículo. Siento, agradecimiento y alegría de que esto sea así, el día es muy luminoso, el paisaje espectacular, los cerros nevados solo en la parte superior, con muchas partes esquiables y sin medios de elevación…, si los tuviera, y si estuviéramos en temporada alta, yo no podría estar disfrutando de la paz que disfruto en este momento. Después del largo invierno, ¡por fin! un día caluroso, tendré que parar cuando pueda, para sacarme el abrigo…
Los seres humanos, manejando estas veloces máquinas, nos sentimos poderosos, nos engolosinamos con la velocidad, y nos cuesta detenernos. Algunos compiten arriesgando su propia vida y las de otros… otros pasean…- ¿Y cuál es mi velocidad? – me pregunto, – Si bien mi propuesta es no pasar los 100 Km./hora, mi velocidad de manejo depende del momento interno que esté viviendo, del grado de estrés o de relajamiento que tenga, y de si tengo que pasar a alguno que vaya paseando…
Hay un coche atrás mío, desde varios Kms. venimos a la misma velocidad, – ¿por qué me siento molesta? No los quiero ni atrás, ni adelante, salvo que estén bastante distanciados, cualquier imprevisto puede generar un choque… La verdad verdadera es que disfruto de los “grandes espacios vacíos”, no le temo a la soledad en circunstancias normales. Estoy cruzando la entrada al cerro Tronador, y le digo (con mi pensamiento) al que viene siguiéndome de atrás, -“Podrías meterte por allí, encontrarás hermosos lugares…” Me sorprendo, estamos en camino de montaña, el coche negro no aparece más por atrás mío, – ¿habrá parado o se derivó por el camino indicado? Nunca lo sabré, pero ¡la telepatía existe!
Paro y me saco el pullover, me cuesta parar, pero lo hago, respondo así al pedido de mi gran servidor y compañero, el cuerpo. Estoy acercándome al Lago Guillelmo, y noto mi expectativa de que esté tan quieto y reflejante como lo he visto otras veces, pero ahora hay una leve brisa, no hay reflejos… El camino sigue bien ondulado y bastante despejado, me siento cómoda manejando a este otro gran compañero y servidor que siempre está dispuesto. Tengo adelante dos camiones grandes, y dos coches. Los grandes determinan la velocidad de los chicos, no queda otra posibilidad, y así estamos avanzando los cinco vehículos. Los veo aminorar la marcha, ponen su guiño y los dos camiones se detienen en la banquina, – ¿lo hacen por nosotros o se detienen a almorzar?, nunca lo sabré, yo también estoy teniendo hambre, se los agradezco de corazón, ya estoy queriendo llegar…
El paisaje me atrapa, la belleza de nubes, de cerros, de luces y sombras es fascinante. Estoy pasando un lugar que alguna vez me detuve a pintar en otoño. Ahora no hay tanto color pero sí ¡tanto verde! –¿Cómo hace para crecer todo ese verdor sobre la roca pura? -me pregunto, y yo misma, me contesto: “en los paredones verticales de roca pura, no crece nada, solo crece en escalones y pendientes donde se ha ido depositando tierra y hojas y se genera ese suelo tan rico y especial que junto a la continua humedad de nuestros largos inviernos nutre cualquier semilla que caiga en ellos”. Nuevamente me sonrío, en la naturaleza todo está equilibrado. ¿Por qué quejarnos de los largos inviernos si ellos son los que nos traen toda esta belleza que alimenta nuestra alma…?
Ya estoy llegando a El Bolsón, cargaré combustible antes de entrar para la chacra, he disfrutado mucho con la simpleza de los momentos vividos, siento que así como sea nuestra actitud, será nuestra percepción, y depende de cómo sea nuestra percepción sentiremos agradecimiento y felicidad o dolor, rechazo y quejas por todo lo ocurrido. Quiero terminar con las palabras de RABINDRANATH TAGORE
El día que la muerte llame a tu puerta, ¿qué le ofrecerás?
Yo depositaré delante de mi invitada la jarra llena de mi vida.
Yo jamás la dejaré partir con las manos vacías.
1 noviembre, 2018 a las 11:30 pm
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