Hoy estoy despidiendo al año donde cumplí mi 86 aniversario. Y con suerte y buena salud recibiré al próximo; comienzo y a la vez puerta de un nuevo ciclo. Pueda ser que el año que se va no se quiera quedar con mi creatividad, mis sueños, todo lo que valoro y ya he conseguido: la salud, la sonrisa, el abrazo y el cariño de toda la familia: hijos, nietos y bisnietos. Y no quisiera olvidarme de mencionar a mis queridos amigos.
¿Pero cuál será la mejor actitud para recibir el nuevo año?: Nos deseo a todos, el descanso suficiente para tener la paz que necesitamos, para que así nuestros corazones estén llenos de Amor y Paz, y que despidamos el año que ya se va, haciendo algo insólito, pero deseado, algo que aunque pequeño, nos asombre a nosotros mismos, por no haberlo realizado anteriormente; abriendo así las puertas, a todo lo asombroso, bueno, e inesperado, en el 2024.
Necesario será también tener el impulso necesario para actuar en el momento indicado, y en la dirección correcta, que será, la que nos marque nuestro corazón. La vida toda es una fiesta, una verdadera celebración. Intentemos celebrar cada uno de los momentos ya vividos y los que seguirán viniendo en adelante. Hemos de tener la confianza y la fe en que todas nuestras necesidades serán cubiertas. Esto solo puede suceder cuando nos sabemos amados.
Para celebrar la vida necesitamos ser conscientes de que somos amados y cuidados, por lo que cada uno considera “lo Divino”. La tierra nos ama, por eso nos mantiene en pie, gracias a la fuerza de gravedad. El aire nos ama, por eso entra y sale de las fosas nasales en todo momento, incluso cuando dormimos. Los árboles, toda la naturaleza nos ama al brindarnos su sombra, su madera, sus flores, su belleza y también: !todo nuestro alimento!
Solo aquéllos humanos que se han acercado a la espiritualidad, están capacitados para celebrar de verdad la vida. Algunas personas piensan que la espiritualidad es estar en silencio, mientras que otros piensan que es celebrar. En realidad es una armoniosa combinación de silencio externo y celebración interna. Solo la celebración que nace del silencio tiene profundidad y es real. Si la celebración no tiene silencio, le falta profundidad, y es incompleta.
El mundo en que vivimos es obra nuestra, pero desearíamos vivir en un mundo de amor y paz y sin violencia. ¿Nos animaríamos a comprometernos a crear una sociedad libre de violencia, competencia y estrés? Para ello seamos testigos de cada celebración. Dejémosle espacio para que surja la creatividad. Los años ya vividos nos han enseñado muchas lecciones sobre qué hacer y no hacer. Cada dolor nos ha hecho, aunque sea un poco, más profundos. Las alegrías y placeres experimentados nos dieron una nueva visión de la vida y la esperanza de lo que nos traerá el futuro.
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