Acá, en la residencia de adultos donde estoy ya hace algo más de 45 días, hoy fue un día especial, pues se iban de este lugar dos de las trabajadoras que nos atienden y se les haría la despedida… Pero, ¿En qué momento, si estábamos todo el tiempo con tantas interesantes actividades, (por lo menos para mí), como para poder reunir a todos? Me sorprendió y me asombró el ingenio de los organizadores.

Todos los que quisieran podrían ir a la clase de movimientos de ese día, de 10 a 11 horas, para después hacer el brindis de la despedida. Y allí, siguiendo al instructor fuimos veinte, (ya muchísimos), pues cuanto más, somos 10 en cada clase, y ya cerca de las 11 Hs. éramos 30 personas, que íbamos pasando un pergamino para escribir una dedicatoria para cada una de las dos chicas que habían decidido partir.

Pasadas un poquito las 11 Hs. empezaron a traer grandes bandejas, con sándwiches de miga, y bebidas dulces, nada de lo cual yo pueda comer… pero al final… llegaron dos botellas de agua. Y en ese momento, ya con todos los directivos de la “Casa Sabia”, éramos 42 los integrantes de este festejo, donde hubieron varios hablando, también las agasajadas, agradeciendo con lágrimas, en fin, todos estábamos muy emocionados.

Al llegar a este punto del festejo, me entretuve observándonos a todos los sentados en la primera rueda, (los participantes de la clase de gimnasia articular) y entre nuestras sillas consiguieron hacer entrar varias sillas de ruedas con, (la  mayoría mujeres), y una mayor o menor imposibilidad en sus movimientos, todo eso me fue movilizando emocionalmente cada vez más, y queriendo a la vez comprender esta vida… Y  así, este festejo terminó…

Eran las 17 Hs, y mi estómago pedía la merienda, y eso lo escucho muy bien, aunque sea bastante sorda para entender lo que me dice alguien… Llegué a merendar, y en el salón de al lado escucho al profesor de música, un humilde paisano con una voz increíble, y su guitarra, que solo canta un pedacito de la canción y espera que en el grupo de 15 personas, alguien recuerde qué canción era, pero el folklore en mí, nunca existió.

Estaba también la profesora de baile folklórico, una hermosa y alta joven, que nos invitaba a salir a bailar al centro de la rueda. Debido a tantas emociones ese día, me había olvidado por completo de la clase de música y me senté con ellos. Una compañera insistió de tal manera, que estuve allí en el centro del grupo, unos 5’ bailando, dejando que la música me mueva, y tan gustosa como cuando bailaba con mi marido hace añares.

La VIDA nos da tantísimas posibilidades de conocer quiénes somos nosotros, qué es esta vida, y para qué vinimos. Pero la mayoría se va sin siquiera interesarse en saberlo. Y hoy supe que no es nuestro intelecto quien nos dará explicaciones al respecto, pero quizás comience a entenderlo a través del corazón, (nuestro segundo cerebro) debido a tantas emociones vividas y de todas esas lágrimas que pugnaban por salir…