Mi familia paterna era lo que se llama una familia normal, parecida a tantas otras… Estaba compuesta de padres y cuatro hermanos, todos estudiamos fuimos a universidades, y adultos nos separamos para hacer nuestras vidas.

Vecinos a nosotros vivía otra familia, con un solo hijo varón: Lucho, apodado Luy, que se hizo muy amigo de Simón, mi hijo mayor. Como el padre de Luy falleció cuando el joven tendría unos quince años, y su madre trabajaba todo el día fuera de la casa, Luy estaba más en mi casa que en la suya. Eran como hermanos con Simón: iban a la misma escuela. ¡Juntos en la escuela, juntos en mi casa, juntos en sus juegos, todo el día juntos!

Habían llegado a hacer un autito, que sacaban a la calle de tierra del barrio, casi sin tráfico. Otros chicos se acercaban admirados, querían participar, pero ninguno de los dos se lo permitía. 

Al finalizar la primaria, fueron juntos a la Escuela Técnica, y si bien la mayoría de los adolescentes no hacían los trabajos prácticos pedidos, Luy llegaba a mostrarnos orgulloso sus obras: una bicicletita de unos 10 cm. hecha en alambre de cobre con todos los rayos en sus ruedas, manubrio, perfecta. También hizo un camioncito en madera, con ruedas que giraban, y varias otras cosas. Era un muchachito increíble, siempre tan serio, y ensimismado… 

Ambos jóvenes se hicieron adultos, con caminos separados, y concurrieron a  Universidades en diferentes países. De Luy solo supe que estaba casado y que se desempeñaba como un renombrado economista. Mi hijo también se casó pero actualmente lo veo muy poco pues vive demasiado ocupado.

Yo vivo sola. Simón y mis otros tres hijos me visitan cuando sus ocupaciones se lo permiten y me ayudan con el Banco, la cibernética y las compras.

Luy, y su esposa, decidieran volver a su lugar de origen, y alquilaron una hermosa casa enfrente de donde yo vivo actualmente… calle de por medio.

A veces nos cruzamos, cuando salgo a caminar, y él pasa con su coche, sin el menor gesto de saludo, entonces deduzco que no me reconoce. Otras veces lo saludé ostensiblemente, pero él no respondió. Hace una semana lo vi en su jardín podando una planta, decidí acercarme y preguntarle si no me recuerda, tomé coraje y le dije: “Hola Luy, parece que no me recuerdas pero…”   Me miró extrañado, giró e ingresó en su casa.

Me produce mucho dolor verlo tan enfermo psicológicamente… como si eso me pasara con cualquiera de mis hijos…

Pienso que tal vez pueda, irradiando todo el amor que siento por Luy, hacer que sane. Creo que mantenerme así, emocionalmente conectada con él, cada vez que lo veo entrar o salir a su casa, o moverse en su jardín, estoy haciendo algo sanador para él y también para mí.