Actualmente todo es muy cambiante, pareciera que más que en épocas anteriores. “Creo que eso es una ayuda para que todos estemos muy atentos,, y ampliemos nuestra conciencia”. Yo vivo en la costa del Lago Gutierrez, y acá tuvimos tres días seguidos de nieve, que llegó a cubrir todo de blanco, y eso me impidió hacer mis caminatas diarias. Así que me entretuve viendo caer los grandes copos blancos y haciendo ejercicios dentro de la casa. Me dijeron que tendríamos toda la semana mucha nieve.
Cuando me desperté esta mañana como aún todo está muy oscuro, me acerqué al ventanal y vi que nada caía, ni nieve, ni lluvia, así que me preparé para ir viendo cómo iría cambiando el clima y mi día. Luego de hacer mi práctica diaria de ejercicios corporales, respiratorios y meditativos, me desayuné y corrí a buscar con qué fotografiar lo que estaba viendo: algo inesperado, inimaginable y maravilloso.
Me quedé muda, extasiada, sobrecogida por tanta belleza. Descubrí lo “perfecto” comprendí que la perfección estaba en todo, y que la Vida me sonreía… Creo que yo ni respiraba… La vista podía posarse lejos, en las montañas que se dibujaban invertidas, perfectas, reflejadas en el lago más calmo que nunca vi. Y allí me encontré conmigo misma, con lo que verdaderamente soy, una chispa divina, una co-creadora de esta vida hermosa en la que vivimos. Así seguí admirándome de lo que veía a medio día, y ahora al atardecer.
Cada vez que ya llevo sentada mucho tiempo escribiendo, (demasiado sedentaria), mi cuerpo me avisa de alguna manera: “!Te estás olvidando de ti misma!”. Justamente hoy me pasó eso y no era escribiendo, sino hablando telefónicamente con una amiga que no veía desde hacía más de un año. Una vez que nos despedimos, decidida me levanté, miré hacia afuera, el día estaba luminoso y calmo, hacía mucho frio, creo que bajo cero, dudé, me abrigué bien y salí dispuesta a moverme un poco, a respirar la vida.
Caminaba por donde el paso de los coches había derretido la nieve, pero por partes, tuve que caminar sobre la nieve helada que crujía bajo mis pies, y me recordaba mis tiempos de esquiadora. No hice largo recorrido, iba respetando mi posibilidad, las piernas protestaron al principio, pero se fueron adaptando poco a poco. Después de un rato llegué a la llamada “Plazoleta” porque allí a alguien se le ocurrió poner un banco y es el lugar donde cada día, que el clima me permite salir a caminar, me siento a descansar no más de cinco minutos y enseguida comienzo a volver. Sentía una profunda alegría por haberme animado a salir, y porque las hermosas imágenes vistas continuaban en mi retina, y ya eran totalmente mías.
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