Era mi última clase en ese taller, pues ya me volvía a Bariloche… Como siempre, la primera parte de la clase, la profesora la dedicó a hablarnos de algún autor: de su vida y de lo que escribió. La clase anterior la dedicó a Cortázar, y ésta a Agota Kristof autora húngara que escribe cuentos autobiográficos… La segunda parte del taller, tal como otras veces, fue dedicada a que habláramos nosotras, las integrantes alumnas.

A quien había entrado más recientemente, la profesora le pregunta: ¿Cómo es que te llamas?; y ¿cuánto tiempo hace que estás acá? Ella cuenta que hace solo una semana que está acá, que era esposa de un militar, que era quien resolvía todo lo de la casa y los ingresos, pero que el falleció, y ella quedó muy sola y decidió venirse a la Casa Sabia para que la atiendan y tener con quien compartir.

Otra señora le pregunta: ¿Tienes hijos? Si tengo seis hijas mujeres, una tras otra… y cuando la menor cumplió 9 años llegó, por fin el varón, mi último hijo… Eso dio pie al tema de los hijos entre el resto de mujeres, que creo que éramos siete u ocho en total, esa vez no vino ni un solo hombre. Cada una contó como era su prole y que era lo que deseaba, al final yo dije: yo tuve 2 mujeres y 2 varones, fui muy prolija.

Entonces empezaron a preguntarme a mí: ¿La que estaba contigo en el parque con dos criaturas, era tu hija? No, es una de mis nietas con dos de mis bisnietos, tengo tres en total. – ¿Y tienes familia en Bariloche? – Sí, tengo hijos allá y un hermano y más familia acá en Córdoba. Yo nací, me crié e hice mis estudios acá en Córdoba hasta los 24 años. – ¿Y cómo es que terminaste viviendo tan al sur de nuestro país?

Esa es otra sincronía que se me dio, y a la que yo me embarqué sin titubear, aunque un poco temerosa por mi total inexperiencia. Recién recibida de arquitecta, si bien estaba trabajando como dibujante desde hacía unos tres años en el estudio de dos renombrados arquitectos, participé de un concurso nacional, que para mi gran sorpresa me lo gané, era de un edificio en Neuquén, y eso me obligaba a viajar.

Salí de Córdoba en colectivo hacia Mendoza, (año 1961, no había nada directo a Neuquén), charlando con mi compañera de asiento, le cuento que aprovechando el viaje quería conocer Bariloche pues decían que era tan hermoso. Ella me aconsejó que pase por Parques Nacionales, que busque a un amigo suyo que allí trabajaba, pero siendo las 17, 15 horas, P. Nacionales estaba cerrado. Yo estaba muy desorientada…

Pero quiso el destino que justo llegue el colectivo, con los empleados de los parques, y con el joven ya dispuesto a bajar, ¡nos miramos! y quedamos enamorados para el resto de nuestra vidas… Nos vimos todos los ratos posibles de esa semana. Un mes después él viajó para pedir mi mano. Estuvo en casa otra semana, y ya acordada la fecha de casamiento, tres meses después, por fin, ¡estábamos casados!

Después supe que el ingenioso destino hizo que nos conociéramos. Todos vivimos hechos sincrónicos, pero en general no les prestamos atención. Siguieron preguntándome cómo era vivir en Bariloche y también en la chacra de Bolsón… Mientras yo describía mis dos entrañables lugares, noté que la profesora, única joven entre las presentes, contribuía en la descripción: cuando desciendes hacia el río Azul…

Porque tu chacra está en Mallín Ahogado, ¿no es así?, y en el campo grande, donde está “la Casa de Todos”, hay una casita pequeña donde vivía Tamara, una muy amiga mía… Hará unos seis años, que estuve allí y fuimos a saludarte… Allí nos conocimos. Esto es algo más que sincrónico, y ninguna de las dos lo recordaba, pero el destino hace que esto se produzca así, para que todas sepamos qué es “lo Sincrónico”.