Creo que cósmicamente, todo lo que existe tiene un sentido, y que al nacer nosotros acá, en esta exuberante naturaleza del Planeta Tierra, ya venimos con un propósito, y es muy importante que lo podamos descubrir y realizar. A eso yo lo llamo “Nuestra Misión”. En el Universo todos los reinos, tanto el cósmico o estelar, el mineral, el vegetal, el animal, el humano y también el reino angélico, todos, mientras evolucionan, están buscando permanentemente encontrar su equilibrio.

Nuestra observación externa e interna también tiene que ser equilibrada. Y esto no es algo sencillo de conseguir. En este momento, mientras releo lo que vengo escribiendo; mi mano derecha parece sostener mi cabeza, mientras el pulgar de la mano izquierda, va y vuelve arrastrando la uña sobre el pantalón… La respiración es pausada y pareja, y cada tanto aparece una tosecita, la que espero que sea el último signo de este resfrío que me ha tenido mal durante más de una semana. 

Muy importante es todo esto, a lo que llamamos “Trabajo Interior”, pues internamente hay algo que nos conduce, nos guía, y nos habla permanentemente. Es lo que algunos llaman la “Sabiduría Interna”, otros, el “Maestro Interior” o el “Alma”. ¿Y cómo nos habla el “Alma”? Puede ser a través de sensaciones corporales, o a través de la intuición. Hemos de aprender a escucharla, a no desoírla, pues varias veces la oímos pero no la obedecemos. Su voz, como de una madre, es dulce, suave e insistente.

Los humanos nos necesitamos mutuamente para nuestra vida de relación y es allí donde más podemos aprender, viendo y escuchando a los otros, y a la vez,  observándonos a nosotros mismos… Y así, aprendiendo, los años van pasando y paso a paso de ser adultos pasamos a ser “adultos mayores” y como tales, tenemos mucho para entregar. Para ello debemos haber aprendido ya, a aceptar nuestra propia declinación física, nuestra pérdida de tantas aptitudes que antes teníamos…

Ahora escapando del crudo invierno de Bariloche, estoy residiendo en una casa para adultos mayores, en Córdoba, y me cuesta adaptarme. Ayer era el día del padre, y tuve la agradable sorpresa, de que una amiguita joven, a quien llamo mi nieta de la vida, de unos 35 años, me invita a conocer y almorzar con sus padres, y acepto gustosa, pues ellos viven muy cerca de donde yo estoy, a unos diez minutos en auto. Hay un dicho: “De tal palo, tal astilla”; pero en este caso ese dicho no pegaba.

La madre estaba haciendo tallarines caseros y una pariente la ayudaba. Me ofrecieron allí una silla, y charlé con ellas mientras las observaba… Queriendo agasajar a la familia, las que somos “madres”, nos proponemos trabajos de lo más  dificultosos… Hasta que nos sentamos a la mesa pasaron casi dos horas, habían ido llegando más parientes, y también amigas de la madre con sus hijos y en total éramos 15 personas. Mi amiga y yo, vegetarianas, teníamos comida especial que cocinó ella.

Tanta gente comiendo y conversando, para mí era casi insostenible. Así que no bien pudimos, nos fuimos a dar una vuelta por el barrio. Mi resistencia da hasta unas dos cuadras, así que volvimos, y directamente optamos por el sofá de la sala de estar, donde conversamos tranquilas durante más de una hora. Allí se acercaron a despedirse la mayoría de los invitados que ya se iban. Mi amiga me dijo te llevo a vos primero, así luego mis padres, ya con el coche, llevan a mi tía.

Para nosotras, el sentido de la vida era aprender y brindarnos a los demás, y para eso era imprescindible esa tranquilidad que tanto apreciábamos… Los padres vinieron a despedirse de mí. Yo, como una especie de disculpa por no haber participado de la reunión general, les decía que nosotras dos, hacía tanto tiempo que no nos veíamos, que preferimos apartarnos, y la mamá sonriendo me dijo: “Lo que pasa es que Uds. dos hablan el mismo idioma…”