En estos días, ya con un clima un poco más estable y benigno, estamos trabajando con los tomates dentro del invernadero. He puesto muchas cañas, podado muchos brotes y hojas inferiores para darle a cada planta la posibilidad de recibir más luz, mejor riego y que la tierra reciba más calor y humedad. Ahora estamos atando cada planta, una por una, a su sostén…
Mientras hago esto, atenta a mi cuerpo, que continuamente me avisa que no está cómodo, que el espacio es estrecho, que los pies no entran entre esos dos tablones entre los que los he metido… Me sonrío, veo la relación amorosa que mantenemos y le explico que enseguida nos moveremos, que les estamos haciendo un servicio a los tomates…
Allí aparece este textual pensamiento: “Estoy conduciendo el crecimiento de los tomates, y ¿quién se ocupa del crecimiento humano?” a lo que me contesto: hay energías de otros niveles que se ocupan de nuestro crecimiento, así como los humanos nos ocupamos de colaborar con las plantas y otros reinos para un común beneficio. Es la “fuerza de la vida o de la supervivencia” la que actúa en todo lo que vive, pero nosotros, los humanos con conciencia, ¿que estamos haciendo en pro de nuestro propio crecimiento?
Para poder hacer algo en ese sentido tenemos que asumir la responsabilidad de que, si bien estamos siendo todos ayudados, hay una buena parte que nos corresponde a nosotros. Pero nuestra energía está bloqueada, hemos creado una sociedad donde falta el amor, donde ambos padres están tan ocupados que no hay quien pueda prestar atención a los niños, donde muchos salimos muy heridos, muy frustrados; no estamos “plenos” para poder brindarnos a nuestros hijos…, y dado que no podemos irradiar lo que no tenemos, nos sentimos todos carentes de amor, buscamos ser queridos, y nos transformamos en “mendigos del amor”.
¿Y ahora, ya adultos, como hacer para salir de todos esos bloqueos? ¿Cómo podemos llegar a sentirnos plenos para poder así dar y dar, no sólo a nuestros hijos, sino a todo aquél con el que nos encontremos? Nuestro recurso es la posibilidad de auto-transformación, de trabajo interior, de procesar nuestro pasado, para poder dejarlo atrás, como algo pasado… Comprender que todos somos víctimas de una sociedad enferma, de una sociedad que por la gran escasés sufrida, tuvo que poner su empuje y agresividad al frente. ¡Para mí!, ¡para mí!, ¡para mí!. Todo es competencia. Este no es un mundo civilizado, porque no se quiere al prójimo, porque no hay sentido del bien común.
Trabajar sobre uno mismo, querer ser mejor persona, es la mejor manera de salir de todo esto. Gurdjieff ya decía así: “Cuando trabajas sobre ti mismo se benefician tus hijos”. Pero esto no está en la conciencia de la mayor parte de la gente del mundo actual, porque al estar tan ocupados en hacer “lo que se debe”, “tal cómo se debe”, no se tiene otro horizonte, no hay mucha vida interior. Así, sólo sirve a los intereses de las multinacionales para que cada vez haya una esclavitud laboral más y más expansiva.
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